Reconciliación con y por medio de la cruz para los pueblos indígenas
Es cierto, la forma en que fue anunciado el evangelio de Jesús el Hijo de Dios a los pueblos de Abya Yala estuvo llena de sangre, violencia, imposición, contradicción, agresión, abuso, humillación, impotencia, dolor, desgracia, agonía, muerte. Una voz más se suma a pedirles perdón. Es más que justa la denuncia de los pueblos y teólogos indígenas.[1] La cruz mataba y la espada salvaba de vivir ese infierno. No se trataba de crucificar a los pueblos, sino compartirles el evangelio del que fue crucificado y resucitado.[2] Es muy vergonzoso, repugnante, indignante, desgarrador saber que el evangelio fue anunciado así a los pueblos de Abya Yala.
Los pueblos indígenas son libres de aceptar o rechazar el
evangelio de Jesús, como siempre debió haber sido. Aquellos indígenas que viven
una doble espiritualidad, no porque quieran la cristiana, sino como modo de
sobrevivencia, son libres de abandonar la fe cristiana, expresar abiertamente
sus creencias religiosas ancestrales o no vivir acorde a esta. El cristiano no
indígena (como también el cristiano que es indígena) debe aprender a escuchar y
respetar el "no" cuando evangeliza. Jesús mandó a sus discípulos a anunciar el
evangelio a toda persona (Mt 27:19), no a obligar o imponer a que sea aceptado.[3]
Debido a lo vivido desde la conquista hasta la actualidad, en los pueblos indígenas hay odio, rencor y dolor; con justa razón. La herida de la conquista y la colonia sigue sangrando. Esta herida hace que haya rechazo a la persona de Jesús, al evangelio, y por lo tanto al Dios de la Biblia.
Sin embargo, los pueblos indígenas deben darle una segunda oportunidad a la cruz, a Jesús, el judío de Nazaret, el Hijo de Dios, porque en Él hay vida, y vida en abundancia (Jn 6:47; 10:10). La cruz es amor, perdón, reconciliación, paz, justicia, gracia, misericordia, fidelidad, libertad, salvación, vida. El hecho de que Dios haya sido muy mal presentado a los pueblos de Abya Yala no significa que Dios sea el error, sino sus anunciadores; a pesar de las condiciones atroces en las que se dio la fe cristiana en este continente, el evangelio no es el culpable. Dicho en otras palabras, lo que llegó fue la cristiandad no el evangelio, la cristianización no la evangelización.[4]
Los pueblos indígenas pueden decidir rechazar el evangelio. Sin embargo, también pueden permitir que el Espíritu Santo sane la herida, pues la cruz de Cristo no es muerte, sino vida; el Padre está esperando con los brazos abiertos. Al reconciliarse con y por medio de la cruz van a poder ver, y por lo tanto, distinguir que la cruz no está hecha de hierro sino de madera, van a poder separar la espada de la cruz. Quizá esta reconciliación sea pedir mucho, pero mientras esa herida continúe va a existir cierta distorsión (a veces mucha a veces poca) y rechazo al encontrarse con Jesús, con la cruz, con el evangelio, con Dios.
En la cruz del Gólgota van a poder encontrar sanidad, reconciliación, vida, y también la base para perdonar a quienes les han hecho tanto daño. Van a poder hacerlo, aunque el otro no les esté pidiendo perdón, incluso aunque nunca lo vaya a hacer. Aquellos indígenas que son cristianos, que también guardan rencor, odio y dolor por esa herida, deben ver en la cruz de Jesús la base para reconciliarse con el Hijo de Dios, con el Padre y con quienes les han hecho tanto daño. Sanar esta herida, reconciliarse con la cruz es imprescindible para tener una identidad indígena-cristiana saludable.
*Fragmento extraído
y adaptado de Caleb David Ramírez, “Teología india: Desarrollo histórico y
propuesta teológica de los pueblos indígenas de Abya Yala” (Tesis de M.Th. en
Teología, Seminario Teológico Centroamericano, 2024).
[1] Por lo segundo, se hace referencia a sacerdotes de la Iglesia Católica que han estado proponiendo y construyendo una teología india cristiana, llamada también teología indígena cristiana desde el lado evangélico en América Latina.
[2] “El Dios que llegó a Abya Yala fue un Dios malvado, un Dios de la muerte cuyo símbolo era una cruz, la cual no reflejaba ni esperanza ni vida ni salvación ni amor, sino sufrimiento, muerte, condenación, odio, esclavitud, y sí amor al oro, sí esperanza de hacerse rico, y sí nuevos creyentes a fuerza de espada”. Elsa Támez, “Los indígenas nos evangelizan”, Pasos 42 (1992): 1-5.
[3] Desde el tiempo de la conquista ya circulaba un argumento similar: “Cristo concedió a los apóstoles solamente la licencia y autoridad de predicar el evangelio a los que voluntariamente quisieran oírlo, pero no las de forzar o inferir alguna molestia o desagrado a quienes no quisieren escucharlos. No autorizó a los apóstoles o predicadores de la fe para que obligaran a oír a quienes se negaran a ello... (no dijo: insistid y predicarles, quieran o no quieran; y si perseveran pertinazmente en desecharos, no dilatéis el castigo infligiéndoles penas humanas)...”. Bartolomé de las Casas, Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión, Colección popular 137 (México: CFE, 1975), 185. Él argumenta esto con base en el texto de Mateo 10:14.
[4] Támez, “Los indígenas nos evangelizan”, 5. Para un breve acercamiento acerca de cómo fue la cristianización durante la conquista, cf. Luis N. Rivera Pagán, Historia de la conquista en América: Evangelización y violencia (Barcelona: CLIE, 2021), 272-299.

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